viernes, 8 de agosto de 2008

Método milenario de curación natural

Dr. Mikao Usui

Chujiro Hayashi
Si hemos decidido contar lo poco que sabemos de la historia del Reiki, no es porque ésta sea particularmente importante, ni para conferir un valor específico
a los personajes que aparecen en ella, sino simplemente para satisfacer una exigencia, propia de la cultura occidental, de analizar, de esquematizar, de encontrar una fuente y un origen a todo lo que se nos propone.

Los personajes de esta historia no son particularmente importantes, ni siquiera los Maestros que hoy en día consagran su vida a una difusión del Reiki en el mundo lo más amplia posible, pues, de hecho, no son más que canales, instrumentos de los que la Realidad se sirve conduciendo su evolución, como la de todos aquellos que deciden ponerse al servicio de la humanidad.

El milenario método de curación natural bautizado en nuestros días con el nombre de Reiki, fue redescubierto hacia mediados del siglo pasado por Mikao Usui, monje cristiano y rector de la Universidad Cristiana de Kioto, la Universidad Doshisha.



Hawayo Takata



Phillys Furomoto

Barbara Weber Ray



Un estudiante le preguntó un día al Dr. Usui, si había asistido a fenómenos de curación milagrosa como los que describen los Evangelios y si él mismo, era capaz de curar como Jesucristo.

Esta pregunta hizo nacer en él el deseo de buscar, de conocer, y desde la mañana siguiente decidió dejar la Universidad para estudiar más a fondo el cristianismo y sus costumbres, esperando así captar el sentido profundo de la curación.

Usui se instaló en los Estados Unidos, pasó en la Universidad de Chicago una licenciatura en teología, especializándose en las Escrituras cristianas antiguas, sin encontrar, no obstante, las respuestas que buscaba.

Insatisfecho igualmente con los textos chinos antiguos, marchó al norte de la India para estudiar allí antiguos textos sánscritos (conocía muy bien el sánscrito, el chino, el japonés y el inglés, lo que fue muy útil para sus investigaciones), pero de nuevo sin obtener resultado.

Decidió entonces extender sus investigaciones al budismo, pues, conforme a la Tradición, también el Buda podía curar a los enfermos; volvió, pues, al Japón para profundizar en esta cuestión.

Tras largas peregrinaciones, fue recibido por el viejo abad de un monasterio zen cerca de Kioto que se interesó por él, y que le permitió estudiar los antiguos sutras budistas conservados en su Instituto.

Usui no encontró gran cosa ni en las traducciones japonesas ni en las chinas, pero cuando se dirigió a los escritos originales en sánscrito, tuvo la impresión de descubrir lo que buscaba: en las enseñanzas orales del Buda, fielmente transcritas por uno de sus discípulos desconocidos, encontró fórmulas, símbolos y métodos de curación adoptados por el buda mismo.

Al cabo de siete largos años de investigación, Usui se había acercado a su objetivo pero nada más. Poseía el conocimiento, las claves de la curación, pero carecía del poder para servise de ellas.

Usui decidió retirarse a meditar sobre la montaña sagrada de Kuriyama, no muy lejos de allí, y observar un ayuno absoluto de vintiún días. Una vez llegado a la montaña, alineó delante suyo veintiún pequeños guijarros, y al final de cada jornada arrojaba uno para marcar el tiempo transcurrido.

Durante todo su retiro, no hizo otra cosa que leer los sutras, meditar y recitar mantras. Al alba del vigésimo primer día, vio un rayo luminoso y brillante dirigirse velozmente hacia él. Pese a su miedo, decidió no moverse, el rayo se hizo cada vez más grande y acabó por alcanzarlo en plena frente. Usui se dijo así mismo que iba a morir cuando vio de improviso miriadas de pequeñas burbujas multicolores de todos los tonos del arco iris. Inmediatamente después apareció una luz blanca sobre la que se destacaban, en oro, los símbolos sánscritos que había descubierto.

Es en este momento cuando nació la forma histórica actual del Reiki. Cuando salió de este estado de conciencia, se dió cuenta que el sol se encontraba ya en lo alto del cielo. Su hambre y su fatiga no le merecían importancia, pues una nueva energía se había apoderado de él.
Giancarlo Tarozzi

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